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Especial Navidad
Celebration Kids

HISTORIA

Esta es una historia que empieza por A y termina por A porque es una historia circular, infinita. Y muy femenina. Es la historia de una niña, una mujer, una hija, una madre, una abuela, una hermana. Esta es la historia de Antonia. Es la historia de Amaya. Esta es la historia de todas esas mujeres que a pesar de las dificultades… siempre lo acaban bordando.


Antonia empezó a coser a los 13 años. En esa época en America se llevaban ya las minifaldas, pero en Rafal, lo que se llevaba era enseñar a las niñas a hacer su labores para que se casaran pronto y bien.

Y desde luego, así fue. Antonia se casó con José. Un hombre de campo, que al parecer llevaba la semilla del feminismo en su interior, porque cuando descubrió las capacidades de su mujer con la aguja, dejó de plantar patatas y se plantó en la puerta de los principales comerciantes de la zona para ofrecer sus creaciones.

CREATIVIDAD Y FERTILIDAD

Y pronto la vida les bendijo con dos hermosos niños que les colmaron de felicidad. Los tres hombres de la casa ayudaban en el taller de Antonia de modo que el negocio pronto pasó de una XS a una S, luego a una M… Pero a pesar de la bonanza, Antonia sentía un vacío en el bolsillo que está justo encima del corazón.

¿Quién luciría sus vestidos? ¿Quién rodaría con esas faldas de princesa? Esto le producía una curiosa tristeza que en vez brotar en forma de llanto bordaba en forma de faldones, polainas y jubones. Y cada volante, cada puntilla, parecía invocar a esa niña.

Que por fin… llegó.

Se llamó Amaya. Amaya significa “el fin”. El fin de la tristeza, el fin de la espera. Y el principio de todo. Su madre, hay quien dice que en señal de gratitud, otros creen que fue un acto profético, cambió de inmediato el nombre de su taller a “Artesanía Amaya”. Un peso enorme para una niña tan pequeña, que al crecer, lejos de amarrarla a su destino, la catapultó lejos de allí. Londres, París, NY, Madrid. La niña de sus entretelas se perdió entre telas exóticas, y patrones de otros mundos donde aprendió, bordó, creó, diseñó, experimentó, fabricó, garabateó, hiló, inventó, jugó, kamikaceó,… Hasta que dio la vuelta entera al alfabeto y volvió al mismísimo punto de partida.

Amaya volvió a Rafal, su pueblo natal, llevada de un impulso tan natural e inefable como nacer.

Y es que el hilo umbilical que la unía a su madre tenía un 20% de elastano. Y fue esa libertad la que la lanzó al mundo y esa amorosa elasticidad la que la trajo de vuelta, colmada de inspiración, visión, pasión… y una voz propia.

“Soy Amaya. Hija de Antonia y José, hermana de Miguel y Fernando. Mi destino está cosido al de mi gente. Hoy abrazo su legado, con una misión:

Que las niñas que se buscan se encuentren en mis vestidos, que sientan su belleza y su fuerza interior desplegarse en cada falda, que cuando giren sobre sí, las telas dibujen un vórtice de luz que las arrope en seguridad y alegría. Que cada lazo las ate a su esencia, y que cada día que se vistan así sea una fiesta. Quiero trabajar junto a mujeres que rompan viejos patrones para crear nuevas siluetas, más libres, más ligeras, más auténticas. Quiero que todas las noches sin dormir de mis madre, que todos los sacrificios de mis hermanos y de mi padre, todos los pinchazos en los dedos, todos los rotos y descosidos se conviertan en brillantes lentejuelas tejidas a un vestido largo como un camino. Y que juntos lo recorramos para llegar a todos los rincones del mundo donde haya una niña que necesite brillar.”

Ama tu singularidad. Ama este momento. Ama tu talento.

Amaya.

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